Todo parecía ser un desastre. Para Paula y para Pablo ese iba a ser un verano tremendamente aburrido. Pero, quizás por casualidad o tal vez un capricho del destino, sus caminos se cruzaron. Aunque el amor parezca muy bonito , no todo va a ser perfecto ese verano. Sin duda, si se quiere conseguir un sueño, no basta con sentarse a esperarlo.

domingo, 8 de mayo de 2011

Capítulo 10: Fotos y recuerdos

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Se monta en la moto. De nuevo yo voy detrás, claro. Él va sin camiseta. Yo llevo la suya. Su espalda está fría y mojada. Apoyo mi cabeza sobre su hombro y cierro los ojos. Pronto llegamos al pueblo. Me deja en la puerta de mi casa, pues resulta que él vive enfrente.
-Adiós.- le digo.
-Adiós.
   Entro en mi casa, sin que mi abuela se de cuenta, con la camiseta de Pablo y el vestido en la mano.
-¿Por qué llevas esa  ropa?- pregunta mi abuela, que al final me había visto.
-Yo…es lo que se lleva abuela.
   Sin más entro en mi cuarto. Me cambio y me pongo el pijama. Uno gris, de tirantes y pantalón corto. Me peino el pelo y sin lavarme los dientes, me meto en la cama. No me puedo dormir, por lo que me pongo a pensar.
Pablo. Está bueno. No, buenísimo. ¿Me gusta? Empiezo a dudar. Será un idiota, pero es simpático. Simplemente se venga de mí. Está en su derecho. Yo he empezado y le he hecho pasar vergüenza. Lo he conocido ese día, y ya parece gustarme. Pero no puede ser. Me ha tirado al río. ¿Y?, por otra parte, todos lo han hecho. Además, fue el que se preocupó por ir a por mi ropa y luego me prestó su camiseta. Que mono. Pero que idiota. Está bueno. Pero es imbécil. ¿Qué importa más? De repente, me quedo dormida.
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Entro en mi casa, sin camiseta. Les doy un beso a mis abuelos y me voy a mi cuarto. Me quito los pantalones y me tumbo en la cama. Me pongo a pensar en Paula y en Helena sin saber por qué.
Está buena. Y la odio. Y es simpática. Y…bah, es idiota. Como rubia que es. Por otro lado, ese día, Helena había empezado a gustarme. Más o menos. Cuando la he visto tan cerca de Manuel, me he sentido algo celoso. ¿Y si me sigue gustando? Pienso en hablar con ella al día siguiente. Ahora tengo sueño.
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Me levanto. He puesto el despertador para llegar a las doce a la plaza. Me desperezo. Luego voy a la cocina descalza.
-Buenos días.- le digo a mi abuela.
-Buenos días cariño.
-Voy a coger tostadas. No quiero Cola Cao hoy.
-Vale. Oye, ya tienes amigos ¿no?
-Bueno, sí.
-¿Quiénes son?
-Pues de chicas, Laura, Helena y Sonia, y de chicos Manuel, Miguel, Luis, Jorge y Pablo.
-Ah. Son buena gente. ¿Tú te acuerdas de Pablo?
-No. ¿Lo conocía?
-Más o menos. De pequeños, una vez que viniste, él se vino a casa todo el día. –se ríe- Os pusisteis a jugar en el jardín. Yo había regado y os revolcasteis en el barro. Erais grandes amigos ¿sabes? Solíais jugar juntos todos los días que veníais al pueblo. A ti te encantaba.
   Me reí.
-Tengo una foto.-continúa ella. – Si la quieres, está en la caja que hay en el primer cajón de la sala.
   Cojo la tostada y la unto con mantequilla. Mientras la mordisqueo, me voy a la sala. Abro el cajón, cojo la caja y rebusco en ella. Hay fotos de cuando yo era pequeña, de mis primos, luego de mi madre y después la de Pablo y mía.
¡Qué monos! Yo iba con un bikini, solo la parte de abajo. Tenía el cuerpo y la cara llena de barro. Sonreía. Tenía dos coletitas. En las manos, el gato de mi abuela, algo manchado. Pablo, a mi lado, con un bañador de Winnie de Pooh. También estaba embarrado. Con sus manos llenas de barro, intentaba mancharme la cara. Sonreía. El pelo lo tenía más o menos como entonces.
Cojo la foto y me la llevo a mi cuarto. La meto en la bolsa, junto a todas las cosas para el picnic.
Luego voy a la cocina y me preparo un bocadillo de pollo, lechuga y mayonesa.
-Vuelve a las cuatro.-dice mi abuela.
-Vale.- respondo.
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Llego a la plaza. Están ya todos. Soy el último. Paula corre hacia mí.
-Mira.- me enseña una foto de dos niños. Yo me quito las Ray-Ban para verla mejor.
-¿Quiénes son?- le pregunto.
-¿No nos reconoces?
-¿Somos nosotros?
-Sí.
   Se pone a reírse.
-¡Qué monos!- dice.
-Yo no me acuerdo ¿y tú?
-Tampoco.
   Corre hacia los demás, supongo que a enseñarles la foto.

domingo, 1 de mayo de 2011

Capítulo 9: Baño bajo la luna.

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-¿Las tiramos al agua?- pregunta Miguel.
-Se van a cabrear.- digo.
-Da igual, vamos. Cada uno que coja a la que ha venido con él en moto.- dice Luis.
-Sí, claro. Como tú has ido solo no tiras a ninguna.-le reprocho.
-Vale, si quieres yo tiro a alguna.
-Bueno, tú ve y…ya se, escóndeles la ropa.- Las ideas de Miguel son de lo más malvadas. Pero a mi me gustan.- Salte tú, Luis, a por la ropa. Nosotros ¡A tirarlas!- exclama en voz baja, casi inaudible.
Nos dirigimos como cazadores hacia nuestras presas. Están tumbadas de espaldas, por lo que si no hacemos ruido, será bastante fácil cogerlas.
Me dirijo hacia Paula, y cuando Miguel da la señal, la cojo en brazos al igual que hacen todos.
-¡Qué haces! ¡Suéltame! ¡Para!- Paula patalea fuertemente, pero no puede conmigo. Yo no la suelto. Comienza a pegarme en la espalda, pero inútilmente. La tengo fuertemente cogida. Cuando meto mis pies en el río, se aferra fuertemente con sus brazos a mi cuello, y con sus piernas a mi cintura.
-¡No me mojes, por favor!- grita fuertemente.
   Le sonrío con sarcasmo. Pienso mojarla, y ella lo sabe. Entonces me agacho, sumergiéndome en el agua, y ella, cómo no, conmigo. Al salir, me dice unos cuantos insultos a los que yo hago caso omiso. Me sacudo el pelo, ella se lo echa para atrás. Todavía sigue aferrada a mí. Noto su corazón latiendo sobre mi pecho, y comienzo a pensar que realmente es preciosa.
La escena es muy graciosa. Todas las chicas cogidas por nosotros, enfadadas de que les hayamos estropeado el pelo y el maquillaje.
Paula tiene los párpados negros del rimmel. Se lo merece. Eso por haberse burlado de mí con todo el lío de los calzoncillos.
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El agua está helada. Quiero salirme, pero sé que él no me va a dejar. Todavía estoy abrazada a él, con la piel de gallina por el frío.
 Le miro a los ojos.
-¿Me puedes soltar?
   Se ríe. Tiene una sonrisa preciosa. Pero que estupidez. Eso no importa. Es un idiota, está confirmado.
-Por favor. –abro mucho los ojos y le pongo cara de pena.
-Vale.- dice.
   ¡Bien! Ha funcionado. Se levanta conmigo, yo abrazada. Es fuerte. Luego se dirige hacia donde yo he estado antes. Entonces veo sus intenciones.
Yo estoy mojada y él, lentamente, me deja tumbada en el suelo, no donde hay césped, sino donde hay tierra, por lo tanto, mi espalda queda recubierta de barro.
-¡Pero eres imbécil!- le grito. Está sobre mí, sujetándome los brazos al suelo con sus manos.
-De alguna forma, tenía que vengarme. ¿No es así, Paulita?
-Pfff..., te odio.
-Ves, ya tenemos algo en común.
-Normal que te odies.
   Se ríe.
-No, me refería a que te odio.
   Se vuelve a reír. Le ha hecho gracia mi contestación. Se queda mirándome a los ojos.
-Idiota.- le digo.
   Me sonríe y se levanta. Yo también me pongo en pie y me busco mi ropa. Menos mal que la ropa interior de ese día es gris y no se transparenta con el agua.
No encuentro la ropa, ni la mía ni la de ninguna chica. Busco entre los arbustos, pero inútilmente. Se que nos la han escondido ellos. Veo que las chicas están libres. Me acerco a ellas y les cuento lo ocurrido. Me acerco a Pablo.
-Más te vale que me des la ropa si no quieres pasar más vergüenza, ya sabes a lo que  me refiero.- le digo.
   Él me entiende, naturalmente, y tras un suspiro, se dirige hacia Luis.
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Tío, ¿y la ropa?- le pregunto a Luis.
-Allí.- me dice señalando a unos juncos, un tanto extrañado, ya que él pensaba que se escondían para que no las encontrasen.
   Me dirijo hacia el lugar que Luis me ha señalado. Puedo ver algunos pantalones y vestidos. El problema es que hay algo flotando en el agua. Espero que no sea el vestido de Paula. Si no, se cabrearía. Me acerco a él. Mierda. Lo es. Lo saco, está mojado, y algo sucio por el barro. Sin duda se va a enfadar. Cojo todos los vestidos, pantalones, camisetas y zapatos. Los llevo hasta la orilla.
-Aquí está la ropa- les digo a las chicas, que ya vienen hacia mí para recuperar sus modelitos.-Paula…esto…no ha sido culpa mía, fue de Luis.- ella me mira, con cara de pocos amigos, luego yo le enseño su vestido.
-¡¿Sois imbéciles, o qué os pasa?! ¡¿Ahora cómo voy a mi casa?!
   Está muy enfadada. Tiene toda la razón. No puede entrar en el pueblo en ropa interior, y ponerse el vestido va a ser asqueroso. Se sienta en el suelo, sobre el césped. Se me ocurre una idea.
-Oye, lo siento. No ha sido queriendo.- digo mientras me siento junto a ella.
-Ya.
-Toma-me quito la camiseta y se la doy.
-Gracias.- se la comienza a poner. Le queda ancha y bastante larga, realmente bien. Está muy guapa.
Se mira, luego da una vuelta sobre sí misma.
-¿Qué tal estoy?- me pregunta.
   Me río.
-Genial.
-Bueno, creo que es hora de irnos. ¿Hacemos mañana un picnic en el río?- dijo Manu.
   A todos nos parece una idea genial. Quedamos al día siguiente, en la plaza, para ir con las motos hasta el lugar de aquella noche.
Paula se pone sus tacones. Por suerte, le pegan a la camiseta. Coge su bolso y se monta en la moto, esperando a que yo me suba y arrancara.